Muchas veces, paseando por el campo la gente con la que voy me pregunta cual es el nombre de aquel pájaro o como se llama ese arbusto con esas flores tan naranjas.
Yo, bromeando, les pregunto que por qué a mi, que ¿por qué no le preguntan a otro? Ellos, con bastante razón, dicen que porque soy biólogo y digo que bastante razón y no toda porque, como les explico a ellos, soy biólogo de “bata”, o sea, de laboratorio (a los de campo les llamábamos en la facultad de ‘botas’, éramos futuros biólogos, no futuros humoristas, aun así me gusta el juego de palabras), por eso no tengo porque saber que es aquello…
Algunos se quedan cortados, los más me preguntan que si no se me quedó algo, que si no me gusta… la verdad que algo se me quedó, pero lo principal es que me encanta pasear por la naturaleza, ver animales, árboles frondosos o pajareras peladas… y por eso me abstengo de saber de animales ni de árboles.
Me gusta pasear como aquellos que no tenían ni querían saber, los que disfrutaban viendo al buitre subir en una corriente cálida o como suena un árbol frente a un vendaval. No quiero saber, porque a mí, eso, me hace perderle el encanto a las cosas. Hay gente que sabe el nombre de todos los pájaros de su entorno. Otros conocen cada uno de los detalles de las hojas y cortezas de los árboles que ve, pero para mí eso es lo que hace que parcialices las cosas y las extraigas de su mágico equilibrio… pero así soy yo.
Lo mismo pasa con el cine… Hay verdaderos eruditos que conocen la fecha en la que se estrenó la segunda película de tal o cual director que solamente es conocido por gente como él y alguno más, pero que se fijan tanto en los detalles de porqué no se nota un plano secuencia al comienzo de Sed de Mal que pierden toda la referencia de la belleza de una obra de arte que va más allá de la técnica y que si la desglosas es como si metes en un ordenador las curvaturas de un cuadro de Van Gohg o Münch…
Valorar las cosas más allá de la simple atracción sensorial que nos trasmiten, parece ser, en la mayoría de los casos, un refugio necesario para muchos en algo en lo que intentan ser el mejor, al menos en su ámbito personal, como un reflejo del ser competitivo que no hemos dejado de ser y como un pavo que enseña sus plumas para aparearse…
No juzgo a esa gente especializada. Sólo opino que, a veces, dejarse llevar por lo sensorial, disfrutar de la vida y no controlarla a todos los niveles, aunque sea en un solo tema, constituye un grado de libertad y al mismo tiempo de inseguridad que, si bien es muy difícil de soportar conlleva grandes e inigualables satisfacciones…
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