martes, 27 de enero de 2009

Algunas veces, bueno, en realidad casi siempre.

Algunas veces, bueno, en realidad casi siempre, cuando voy por la calle, sobre todo cuando paseo sin rumbo, pensando en cualquier cosa, que aunque sea importante deja de serlo en si por ser únicamente un pensamiento sin compartir, disimulo ante los desconocidos con los que me cruzo o con los que creo pueden observarme, disimulo como si llevara algún rumbo, algún objeto fijo, como si el final de mi caminata en solitario no fuera simplemente pasear y hablar un rato conmigo mismo, como si el final de ese trasiego fuera un momento de encuentro con otros con los que me gustaría que entendieran como me siento cuando paseo sólo.

Ese sentimiento, el del paseo en solitario con un disimulo que seguramente no le interese a nadie, lo he encontrado hoy, después de uno de esos paseos, en un libro que acabo de empezar a leer y he descubierto o, mejor dicho, he recordado porque me resultan tan mágicos los libros. La magia de los libros no está en que me hacen imaginar historias que no vivo ni viviré, pues ahora sigo el camino de vivirlas todas, si no por el hecho de vivir y leer sentimientos que, en mi falta de referencias o de modestia, suelo creer genuinos de mi persona y de cuatro más…

Quiero dar gracias a esos montones de hojas, a los autores que pusieron unas letras detrás de las otras en momentos que seguramente les fueron más de sufrimiento que de encanto, todo con el único fin de parir pensamientos suyos, que quisieron compartir conmigo, con muchos y, sobre todo, con ellos, porque, como yo, pensaban que, si bien eran propios, tenían que hacerlos llegar a otros, iguales o diferentes, que los escucharan como si de ellos mismos.

miércoles, 14 de enero de 2009

Córdoba, Plaza de Las Tendillas (Más devaneos III)

Es curioso, cuando llego al sitio donde escribo esto también llega una masa de gente desde una calle de un nombre también curioso, la calle Jesús María -nombre especialmente cristiano- y es curioso puesto que, la gente, la masa, viene con una proclama a favor del pueblo palestino - en apariencia árabe - o, mejor dicho, esa proclama es en contra del genocidio que el poder económico israelita ejerce contra un pueblo al que sólo le queda el fundamentalismo y la solidaridad internacional como salida, pues los políticos, los de allí y los de aquí - esa clase de seres que algún día pasarán por el patíbulo de la historia - que debían haber comandado una salida pacífica, se corrompieron en manos de los más listos y, sobre todo, los más ricos.

Me resulta curioso puesto que, en estos días, rara es la cena, almuerzo o tanda de copas en la que no aparece el tema del conflicto palestino-israelí. En esas congregaciones progres en las que se lee El País, se habla de política de “izquierdas” y de lo mal que va el mundo y lo bien que iría si dicha “izquierda” gobernara de verdad. Todo ello, claro está, se condimenta con alcohol del más caro, mezclado con refresco emblema del capitalismo más feroz y con alguna sustancia asimilable vía nasal que llena de euforias efímeras nuestras cabezas a menor velocidad que el monedero los suministradores de dicha sustancia y los entes “bienpensantes” que los respaldan.

Por supuesto no tengo nada en contra de la gente de izquierdas ni de las políticas de izquierdas, más bien al contrario, lo mismo que tampoco lo tengo nada en contra de ciertas formas de diversión o de trasgresión química. Me gusta divertirme tanto como pensar que soy de izquierdas. Pero pienso que el peor enemigo de la izquierda es la propia izquierda. Una forma de pensar y, sobre todo de actuar, tan anacrónica como justificada. El futuro, si lo hay, está y estará siempre en manos de ese grupo de seres humanos de talla corta e imaginación infinita al que desde que nace se intenta amaestrar y enfocar en nuestros sueños no cumplidos y en nuestras indumentarias envidiadas.

El futuro está en la educación, que no en el adoctrinamiento, de los niños. En una educación que los deje pensar y opinar libremente, que no les imponga nada, ni siquiera que les sugiera. Una educación que les explique que tienen derecho y, a veces, obligación al pataleo y a revindicar lo que consideran justo y a protestar por lo injusto y, por supuesto, a pelear, aunque sólo sea – que no es poco – manifestándose en una plaza de Córdoba por algo que consideramos, si lugar a dudas, como inmoral.

Estoy, para variar, escribiendo en una cafetería. (Más devaneos II)

A mi lado, en la mesa contigua, junto a una ventana, un hombre. El hombre supera los cuarenta, aunque fuma como si no quisiera llegar a los cincuenta y a lo mejor todavía estuviera en los treinta. Mira hacia la calle por la ventana como si fuera lo único que ha hecho en su vida y como si fuera lo único que sabe y le queda por hacer. Su mirada lo cuenta todo y no cuenta nada.
El hombre mira con deseo, o quien sabe si con envidia, el cuerpo de una chica que pasa ante él. La mira más allá de todo y por todo. La mira como si en su belleza y en su dulce y aparente fragilidad estuviera la respuesta a todas esas cosas que lo hacen mirar sin futuro y sólo con pasado.

A veces me planteo si, con eso de vivir tantos años, no nos hemos olvidado de aumentar también los sueños y los motivos por los que merece la pena ser longevos. No digo que haya que ser como un replicante con duración estipulada y programada, en nuestro caso, por una vida denostable, digo que, a lo mejor, no estamos preparados para vivir más allá de nuestros sueños y de unas vidas programadas de antemano para que sean monótonamente fructíferas y de cuarenta y pocos.

Yo, con todos mis respetos para el inventor del dominó y de los bailes de salón, reclamo que se eduque, a esas generaciones que van a vivir tanto, en los sueños, en vivir y en imaginar. Es necesario que tengamos sueños y planes que ocupen nuestra vida, fuera y después de una vida de trabajo y esclavitud programada y disfrazada de felicidad consumista.

Seguiré soñando.

La inconstancia.

La inconstancia es una de mis virtudes ¡ah! ¿que no es una virtud?, pues alguien me lo podría haber dicho antes, que llevo equivocado entonces toda una vida... Bueno, intentaré rectificarlo colgando algunos devaneos que escribí en circunstancias tan diversas como emotivos fueron los momentos que me las sugirieron.

Besos para los que, en algún momento de vuestro tiempo, leéis estas cosas mías.