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lunes, 9 de mayo de 2011

¿A quien quieren engañar?


Hoy he escuchado en las noticias que en Francia han prohibido la emisión antes de las diez de la noche de un video-clip de Enrique Iglesias y otro de Rihanna con la excusa de que contiene escenas con alto contenido erótico.

No lo entiendo. En primer lugar los adolescentes actuales tienen una noción más lúdica y realista que las de sus padres carcas y que la de los políticos que eligieron para que los gobernaran y los hundieran en la mísera. Y si no la tuvieran sólo hay que educarlos y no ocultarles las cosas. La sexualidad, le duela a quien le duela, es un acto natural, que en ocasiones tiene que ver con el amor, pero que casi siempre tiene que ver con lo biológico, lo hormonal, lo sensual y lo lúdico y nada, excepto por el morbo culturalmente atribuido, con lo religioso o lo moral. El fin de la sexualidad es reproductivo, pero eso sólo en animales sin capacidad imaginativa. El ser humano es un ser creativo y si se suma esto a su aspecto sexual y sensual tenemos un cóctel genial para hacer del contacto físico entre dos (o más) seres humanos algo delicioso y placentero.


Para colmo estoy harto de ver cuerpos mutilados horriblemente y que son el fruto de la actuación de los poderes gobernantes y sus consecuencias en horas tan infantiles como al mediodía o por la tarde. En el primer caso en los informativos y en el segundo el los programas de tele-basura que inhiben el cerebro de los poco-pensantes. Me cabrea que se censuren cosas bellas y/o humanas y se esté pidiendo a voces la foto de la cara masacrada de Bin Laden.


Por eso, cuando me dicen van a ocultar mediante estratagemas horarias el cuerpo de Rihanna en actitudes lascivas o una orgía de las manos de Enrique Iglesias, lo único que temo es que el cantante dañe mi gusto musical y mi oído, y por ello, en el peor de los casos, haré uso del botón MUTE para eliminar la voz del susodicho afortunado orgiástico.

jueves, 5 de junio de 2008

Devaneos II

Muchas veces, paseando por el campo la gente con la que voy me pregunta cual es el nombre de aquel pájaro o como se llama ese arbusto con esas flores tan naranjas.

Yo, bromeando, les pregunto que por qué a mi, que ¿por qué no le preguntan a otro? Ellos, con bastante razón, dicen que porque soy biólogo y digo que bastante razón y no toda porque, como les explico a ellos, soy biólogo de “bata”, o sea, de laboratorio (a los de campo les llamábamos en la facultad de ‘botas’, éramos futuros biólogos, no futuros humoristas, aun así me gusta el juego de palabras), por eso no tengo porque saber que es aquello…

Algunos se quedan cortados, los más me preguntan que si no se me quedó algo, que si no me gusta… la verdad que algo se me quedó, pero lo principal es que me encanta pasear por la naturaleza, ver animales, árboles frondosos o pajareras peladas… y por eso me abstengo de saber de animales ni de árboles.

Me gusta pasear como aquellos que no tenían ni querían saber, los que disfrutaban viendo al buitre subir en una corriente cálida o como suena un árbol frente a un vendaval. No quiero saber, porque a mí, eso, me hace perderle el encanto a las cosas. Hay gente que sabe el nombre de todos los pájaros de su entorno. Otros conocen cada uno de los detalles de las hojas y cortezas de los árboles que ve, pero para mí eso es lo que hace que parcialices las cosas y las extraigas de su mágico equilibrio… pero así soy yo.

Lo mismo pasa con el cine… Hay verdaderos eruditos que conocen la fecha en la que se estrenó la segunda película de tal o cual director que solamente es conocido por gente como él y alguno más, pero que se fijan tanto en los detalles de porqué no se nota un plano secuencia al comienzo de Sed de Mal que pierden toda la referencia de la belleza de una obra de arte que va más allá de la técnica y que si la desglosas es como si metes en un ordenador las curvaturas de un cuadro de Van Gohg o Münch…

Valorar las cosas más allá de la simple atracción sensorial que nos trasmiten, parece ser, en la mayoría de los casos, un refugio necesario para muchos en algo en lo que intentan ser el mejor, al menos en su ámbito personal, como un reflejo del ser competitivo que no hemos dejado de ser y como un pavo que enseña sus plumas para aparearse…

No juzgo a esa gente especializada. Sólo opino que, a veces, dejarse llevar por lo sensorial, disfrutar de la vida y no controlarla a todos los niveles, aunque sea en un solo tema, constituye un grado de libertad y al mismo tiempo de inseguridad que, si bien es muy difícil de soportar conlleva grandes e inigualables satisfacciones…