miércoles, 12 de enero de 2011

Jodido señor Miyagi!


¡Cuantas cosas aprendimos de él!

Aprendimos después a lavar coches. Aprendimos como pintar una valla, una casa o como pulir un suelo y, como no, como dar cera y pulirla.

El señor Miyagi nos enseñó a guardar el equilibrio y nos enseñó como pegar una patada al malo disfrazado de gruya.

Pero a la vez que aprendimos con él lo que era un Tatami, un Ipone o donde estaba Okinawa, también aprendimos muchas cosas. Aprendimos lo guapa que era y sería después Elizabeth Shue y como sería la novia que queríamos tener cuando la tuviéramos. Aprendimos que los malos dejan un día de pegar, aunque en la vida real no siempre reciben una lección de película, si no que es el tiempo el que la da. Aprendimos sin saberlo que ese momento en la vida, en el que sólo importa un grano en la cara, la mirada de una chica o la ropa que crees que se lleva sólo dura una vez, y que casi siempre, y cuando lo vemos desde la distancia que son los años, nos gustaría haberlo hecho mejor, o de otra manera, y que no lo hicimos pues no sabíamos lo que sabemos ahora, si bien creo que ahora, que sabemos lo que sabemos, seguimos cometiendo los mismos errores o, lo que es peor, que nos morimos de ganas por cometerlos pero ya hemos perdido la valentía.

Pero yo no he perdido la valentía y debo reconocer una cosa, aunque me sentí atraído por el Kárate, como todos aquellos que descubrimos el futbol de la mano de Naranjito, lo que a mi me gustó de verdad, fue lo de los bonsáis y, por su puesto, Elizabeth Shue.

Gracias Señor Miyagi