domingo, 8 de junio de 2008

Un regalo encima de la mesa.

He encontrado un regalo encima de la mesa. Su envoltorio es curioso y delicioso a la vez. No se lo que contiene. Pero llama la atención. No se si es de alguien, pero está en la mesa. Lo abro con cuidado, de manera ordenada para luego poder envolverlo y dejarlo como estaba, es curioso. Nunca he sido ordenado, pero me ha llamado tanto la atención que temo no volver a dejarlo intacto, porque… ¿y si no es para mi…?

El regalo sigue ahí, después de abrirlo veo que tiene un envoltorio adicional que si retiro me tendré que responsabilizar si dicho regalo no me pertenece, pues nunca será mío y tampoco quedará como estaba… pero si quiero que sea mío debo eliminar ese plástico transparente. Me gusta lo que veo bajo el envoltorio que no esconde nada, que sólo lo protege frente a demasiadas manos.

Es un regalo perfecto, es lo que necesito y, sobre todo, lo que deseo desde hace más tiempo del que me gustaría reconocer.

No se si me pertenece. Me gustaría que alguien me dijera que sí, que es para mi, pero me da la sensación que nadie va a aparecer.

Aparece alguien. Me dice que no es mío, pero es obvio que me miente, le gusta el regalo y lo quiere para si, yo lo espanto, pero todavía no se si es para mi ¿o yo para el?

Creo que es el regalo el que me tiene que elegir a mi o ¿quizás debería quitarle el envoltorio para que me vea?, pero ¿y si al quitar el envoltorio me doy cuenta que no es para mi o no le pertenezco yo a el? Tiene una tarjeta, seguro que contiene el nombre del destinatario, pero si no quito el envoltorio no la podré leer.

El regalo me gusta y creo que le quitaré el envoltorio, aun con la posibilidad de que no sea para mí. Al menos se que si es para mi lo quiero sin envoltorio…

Hemos cambiado...

...el café con leche por el latte de starbucks. El SEAT 127 por el todoterreno coreano. Los hombres se cuidan como mujeres y las mujeres conducen como hombres.

Los hombres, en vez de volvernos más sensibles, nos da por echarnos cremas para seguir siendo tan insensibles como siempre.

Las mujeres fuman más que nosotros y conducen peor si cabe.

Nos imitamos en lo peor, en el miedo a la arruga y al ser segundos en una carrera sin premios. Nos da miedo envejecer junto a alguien o, al menos, permitir la posibilidad de ello. Asimilamos los vicios dañinos y los perjuicios que se han convertido en costumbres en vez de los vicios que nos hacen querer a los otros…

¿Por qué no nos imitamos en la dulzura, en la sensibilidad o en la perseverancia?¿Por qué no aprendemos a mirarnos a los ojos en vez de por encima del hombro? ¿Por qué no hablamos con la persona que compartimos cama o mesa de desayuno en vez de gritarnos en los atascos del martes por la mañana?

Creo que no lo hacemos porque tenemos miedo a descubrir que estamos enamorados o que podemos estarlo en el más amplio sentido de la palabra, pues el que está en frente, seguramente, está más cerca de ser nuestro amante que nuestro enemigo y sucede que el odio y la crueldad creemos controlarlo y sabemos que el amor nos controla a nosotros y nos hace perder deliciosamente nuestro control sobre lo que nos rodea.

jueves, 5 de junio de 2008

Starbucks. Martes.

El esperaba en la puerta. Es casi un clon mío pero más feo, algo heavy, pero con pelo corto. Se ha puesto unos vaqueros, la camiseta que cree que le puede gustar a ella. Ha llegado antes de tiempo, aunque siempre farda de llegar tarde a todos lados.

Ella llegó tarde a conciencia, le costó, ella siempre es puntual, pero debía hacerlo esperar, o más bien esperaba que él llegara tarde por su acostumbrada impuntualidad. Se ha puesto su mejor y más informal traje.

Ambos se sientan en sillones paralelos, el mejor y peor cartel de sus intenciones. Hablan de cosas insignificantes, se refieren a conocidos, ella habla de lo guapa que es una amiga suya, él le da la razón ¡Joder!

Ella le dice que tiene la espalda hecha una mierda. El se ofrece a darle un masaje. Ella, con una risa medio histérica, y contenida a la vez, acepta. El le da el masaje, guardando la distancia, pero oliendo su pelo rojo, artificial y encantador para el, desde medio metro.

El le pregunta si no se queda dormida con el efecto relajante. Ella reconoce el efecto del masaje, si bien no dice cual. Ambos intentan esquivar algo que debería ser inevitable, pero que a la gente como ellos, la mayoría, lo inevitable suele ser totalmente evitado.

El mejor momento viene cuando ambos se callan y dejan de decir tonterías. No se miran pero se observan hasta la saciedad. Alguien nos debería avisar de cuando debemos de dejar de hablar y observar, si bien nadie necesita que le digan cuando quiere besar, pero a todos nos gustaría saber cuando podemos, al menos esa primera vez.

Los dos quieren besarse, pero necesitan una autorización de nadie. El miedo, a no se que, los para. Miedo a hacer el ridículo, pero ¿ridículo de que? ¿de desear alguien? ¿de desear? ¿de algo más o de un deseo simplemente a follar?¿de que la gente sepa que se desean, que follan?¿de saberse vulnerables porque cuando se desea o se quiere no se está a la defensiva?¿de hacerse vulnerables frente al otro?¿de fracasar?

Ese miedo es una mierda. Hace que la gente no sea feliz.

El miedo se ha convertido en el componente que la selección natural ejerce sobre el ser humano, puesto que los medios físicos no han sido efectivos.

El miedo hace que no demos pasos en la vida. El miedo hace que no hagamos lo que deseamos, o peor, que ni lo intentemos.

El miedo es el hijo legítimo de la precaución, porque si fuera ilegítimo lo ignoraría y se convertiría en esa sensación tan agradable que hace que las pulsaciones nos lleguen a la garganta y nos hagan casi vomitar.

Hemos sustituido, la mayoría, esa sensación de desear, de amar, de follar… de vivir, por miedos más cotidianos, más superfluos, que son como la masturbación en comparación a un buen polvo, nos quitan la tensión repentina ante ese deseo, pero dura poco y, por supuesto, no tiene ni la milésima parte de diversión.

Unos nos dedicamos a saltar de puentes – con cuerdas, por supuesto – o subir montañas o correr con la moto. Otros a afiliarse a equipos de fútbol en cuyos recintos se permite a las mujeres que insulten o llorar a los hombres sin que vaya en detrimento de su rol.

Tenemos más miedo a amar y, sobretodo, a nos ser correspondido que al suicido o a cualquier tipo de muerte, sobre todo si es físicamente indolora.

El aquí firmante está hasta los cojones y, por ello, pido a quien lea esto que bese cuando lo desee y que folle cuando lo dejen y que sólo use la masturbación cuando lo primero no lo lleve a lo segundo.

Por eso, desea, besa, folla, o sea, vive.

Devaneos IV

Sábado vírico.

Son las dos de la tarde. Un sábado de noviembre y tengo un trancazo de un par de cojones por un virus que dicen que me puede afectar al hígado, al bazo y no se que más…, bueno, siguiendo con la retahíla, aquí estoy, como los síntomas son un poco cabrones, me he venido a sufrirlo un par de días a casa de mis padres para que me agasajen con sopitas y mimos al cincuenta por ciento.

Pues eso, aquí estoy escribiendo esto porque he mirado la cartelera del Digital y he visto que ponen ‘Atrapado por su pasado’ de Brian De Palma con Al Pacino… y todo esto viene a que me he llevado una alegría tremenda, como la que se puede llevar uno cuando una chica, (o chico, la elección y la erección son libres) a la que no ve hace tiempo y que creía que pasaba de uno, lo llama para tomar café. Todo ello me ha recordado lo que hablaba hace ya muchos años con mi hermano, Jesús, y un amigo, Chico, en relación con la superior fiabilidad de las motos (todos éramos y somos moteros a mucha honra) frente a la fiabilidad y el daño que hacen las mujeres, y como todos estábamos de acuerdo que preferíamos a las máquinas de dos ruedas que a las damas de dos… Por eso he recordado la sensación, y creo, ahora lo creo, antes pensaba que éramos pocos lo que lo sentíamos (antes era más prepotente que ahora, aunque parezca increíble para los que me conozcan) y a día de hoy se que nos pasa a la mayoría de los humanos, que enfocamos nuestras aspiraciones en escalafones algo más fáciles, menos dolorosos y menos gratificantes de lo que nos gustaría, y que por eso las cosas van así, porque tenemos deseos insatisfechos, porque no follamos suficiente, porque no montamos en moto lo que el cuerpo nos pide o porque no vemos las buenas películas…

Sea lo que sea en esta vida no tenemos que descartar tener lo mejor o, al menos, luchar por ello porque así siempre lo veremos más cerca que ayer…

Yo no pienso dejar ni lo de las mujeres, ni las motos, ni el cine. Tú haz lo que quieras, aunque dicen que nadie aprende con los errores de los demás, yo, que he cometido el error y no soy egoísta lo comparto contigo.

Lo dicho ‘Carpe Diem con disco duro’

Devaneos III

Yo me conozco. Soy un tío que un día, no hace mucho tiempo, me prometí una cosa: pelear por los sueños disfrazados de ambición y deshacerse de las ambiciones disfrazadas de jugosos y mercantiles proyectos de futuro. Ahora estoy enfrascado en la absorción que le genera uno de esos proyectos de futuro mercantiles, éste, me paga el alquiler, me permite vivir como creo que tenerlo merecido después de haberlo pasado bastante mal durante muchos años (y no me falta razón…). Pero cuando escribo esto, pienso, y mañana espero poder actuar (lo de mañana no es un eufemismo, son la 1:10 de la mañana, pues no he parado de currar y debo de tener 39 o 40 de fiebre…) así que espero mañana ser efectivo en mi decisión de luchador máximo y no de peleón del montón (aunque promete el proyecto mercantil que me tiene atrapado con salida) y ser capaz de no desechar el proyecto sin que me quite ni una pizca de tiempo ni de energía dedicable a mis sueños, personales y profesionales.

Devaneos II

Muchas veces, paseando por el campo la gente con la que voy me pregunta cual es el nombre de aquel pájaro o como se llama ese arbusto con esas flores tan naranjas.

Yo, bromeando, les pregunto que por qué a mi, que ¿por qué no le preguntan a otro? Ellos, con bastante razón, dicen que porque soy biólogo y digo que bastante razón y no toda porque, como les explico a ellos, soy biólogo de “bata”, o sea, de laboratorio (a los de campo les llamábamos en la facultad de ‘botas’, éramos futuros biólogos, no futuros humoristas, aun así me gusta el juego de palabras), por eso no tengo porque saber que es aquello…

Algunos se quedan cortados, los más me preguntan que si no se me quedó algo, que si no me gusta… la verdad que algo se me quedó, pero lo principal es que me encanta pasear por la naturaleza, ver animales, árboles frondosos o pajareras peladas… y por eso me abstengo de saber de animales ni de árboles.

Me gusta pasear como aquellos que no tenían ni querían saber, los que disfrutaban viendo al buitre subir en una corriente cálida o como suena un árbol frente a un vendaval. No quiero saber, porque a mí, eso, me hace perderle el encanto a las cosas. Hay gente que sabe el nombre de todos los pájaros de su entorno. Otros conocen cada uno de los detalles de las hojas y cortezas de los árboles que ve, pero para mí eso es lo que hace que parcialices las cosas y las extraigas de su mágico equilibrio… pero así soy yo.

Lo mismo pasa con el cine… Hay verdaderos eruditos que conocen la fecha en la que se estrenó la segunda película de tal o cual director que solamente es conocido por gente como él y alguno más, pero que se fijan tanto en los detalles de porqué no se nota un plano secuencia al comienzo de Sed de Mal que pierden toda la referencia de la belleza de una obra de arte que va más allá de la técnica y que si la desglosas es como si metes en un ordenador las curvaturas de un cuadro de Van Gohg o Münch…

Valorar las cosas más allá de la simple atracción sensorial que nos trasmiten, parece ser, en la mayoría de los casos, un refugio necesario para muchos en algo en lo que intentan ser el mejor, al menos en su ámbito personal, como un reflejo del ser competitivo que no hemos dejado de ser y como un pavo que enseña sus plumas para aparearse…

No juzgo a esa gente especializada. Sólo opino que, a veces, dejarse llevar por lo sensorial, disfrutar de la vida y no controlarla a todos los niveles, aunque sea en un solo tema, constituye un grado de libertad y al mismo tiempo de inseguridad que, si bien es muy difícil de soportar conlleva grandes e inigualables satisfacciones…

Devaneos I

A estas alturas de mi ebriedad, claramente no se que escribo. Como ya ha quedado claro estoy ebrio y, sobre todo, si estoy escribiendo esto, sólo.

Lo que me importa realmente en esta vida es lo que no soy capaz de ser, porque lo que soy ya lo tengo o superado o reconvertido en algo bueno.