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domingo, 15 de mayo de 2011

¿Democracia? Sí, claro.


Me río cuando los políticos hablan de “nosotros los demócratas”. No por ellos (no me hacen ni puta gracia), si no por la ironía de que den por hecho de que estamos en una democracia.

En la democracia de la que según ellos formamos parte es necesario tener muchos millones de votos para que te mencionen en los medios de comunicación públicos, ya que los espacios de propaganda y, lo que es peor aun, las noticias en los informativos están controladas en tiempo y mención por una supuesta comisión electoral, o sea, que para que informen de que existes tienes antes que instalarte entre los tres primeros, algo que infringe el derecho de información. Como se verá esto va en contra de las más elementales normas de equidad, porque la democracia debe ser igualdad y no proporcionalidad manejada. Para colmo, si se indaga en el sistema de conteo electoral, se ve como no por uno ser muy votado en todo el país te garantiza tener un escaño de diputado, por lo que muchas fuerzas políticas que alcanzan un número importante de seguidores ni siquiera aparecen en el supuesto templo de los “demócratas” y mucho menos en los informativos.

Por otro lado, los mencionados demócratas de una democracia más incoherente que la democracia de los griegos (en aquella las mujeres no votaban, había esclavos,…, en esta no votan los no nacidos aquí aunque vivan y trabajen en este país, hay esclavos pero estos del sistema financiero con mucho miedo y poca información…) se permiten el lujo de exigir e intentar prohibir una opción política como Bildu que, si bien se puede no estar de acuerdo con toda o parte de su ideología, cumple los requisitos impuestos por esos demócratas que se saltan la presunción de inocencia para decir que hay que prohibirlos por que algunos una vez estuvieron de parte o no condenaron públicamente a unos asesinos, por esa regla de tres algunos políticos de partidos mayoritarios deberían ser excusa para la prohibición de sus propios partidos, pues pertenecieron a la cúpula dirigente de un gobierno fascista y asesino (véase, por ejemplo, Manuel Fraga) al cual se le ha hecho el favor de olvidar todas sus atrocidades.

Esos de los que hablo son los mismos que promueven el olvido de la historia, eso sí, ellos ponen el plazo en el que uno se vuelve inmune: el que los exime a ellos y condena a los otros.

Por todo ello vivimos en un sistema que no es una democracia, pues no se permite una igualdad real y en el que el sistema electoral está diseñado para que siempre ganen los mismos, es decir, los que favorecen a los dueños del capital y sus amigos.

jueves, 28 de abril de 2011

De cuando dejábamos de ser guerreros para ser políticos.

Hace mucho, pero que mucho tiempo, hombres como nosotros (y me refiero a seres con miembro viril más o menos prominente) cazaban, luchaban y morían por el bien de la tribu pero, fundamentalmente, por el suyo propio.

Ese hombre era capaz de matar y perdonar, de violar y amar, de luchar y acariciar. Pero ese hombre guerrero o cazador, o ambas cosas, vivía de su facultad natural. Cuando se agotaba dicha facultad solía morir desdentado en la soledad de una roca desde donde veía, cuando podía seguir, lo que fue su tribu. La tribu no había desarrollado la piedad ni la pena para alimentar a alguien que sólo era una carga.

Ese hombre se inventó un papel: el consejero. Primero fue el guerrero a punto de dejar la lucha que enseñaba a los jóvenes, después el abuelo que aconsejaba a los nietos y, casi al final, el político que aconsejaba a la tribu. Esa fue su bendición y nuestra perdición.

Otros de la tribu, en su mayoría poco aptos para la lucha, la caza y, sobre todo, para el esfuerzo, vieron que el político llenaba su buche y su bolsillo con poco esfuerzo físico y sólo con el uso de la experiencia y pensaron que ellos tenían buche que llenar, bolsillo más grande que el buche y que la experiencia la adquirirían contratando consejeros que la tuvieran, apareció el político tal como lo conocemos hoy en día.

Desde entonces tenemos gente que aconseja y, lo que es peor aun, dicta el que, el como y el cuando, pues, soportado en la figura que creó el anciano desdentado, hace uso de un estamento para beneficio de su ego y, sobretodo, de su bolsillo, además de promover que dichos ancianos desdentados con experiencia para aconsejar sean recluidos o se les reubique como votantes ciegos que apoyen su versión en el circo llamado democracia y que sólo es el usillo recaudatorio de los que suplantaron a los desdentados y de sus compinches los adalides de los “mercados”.