jueves, 7 de abril de 2011

Gris. The Wire es gris.


Pero aquí el gris no es un color triste. Gris, cuando hablo de The Wire, es un tono. Es el tono de la realidad más cruda. Es el tono de personajes, “buenos” y “malos” que no son buenos ni malos, son grises. El tono gris tiene muchos grados, pero casi nunca toca los extremos, o sea, ni blanco ni negro, como la vida misma.

Su trama dicen que es complicada, y eso es cierto, pero no mas que la vida misma más allá de nuestros sillones, nuestros ordenadores y nuestra cama con cubierta de plumón del Ikea.

Sus personajes son tan corruptos como nosotros, y cuando digo nosotros me refiero a cualquiera, incluso a los políticos. Sus diatribas tan vulgares y tan trascendentes como las nuestras. Y sus vidas tan vacías y tan rellenables como las de cada uno de nosotros.

Por eso, cuando termino de ver una temporada de The Wire me voy a la cama como cuando despedía a mis compañeros de curso cuando estudiaba o como cuando despido a mis alumnos de último curso cuando terminan. Se que a muchos, a la mayoría, no los volveré a ver, pero sí se que los recordaré y los echaré de menos, con sus cosas buenas y con sus cosas malas, es decir, con sus tonos grises.

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