miércoles, 14 de enero de 2009

Córdoba, Plaza de Las Tendillas (Más devaneos III)

Es curioso, cuando llego al sitio donde escribo esto también llega una masa de gente desde una calle de un nombre también curioso, la calle Jesús María -nombre especialmente cristiano- y es curioso puesto que, la gente, la masa, viene con una proclama a favor del pueblo palestino - en apariencia árabe - o, mejor dicho, esa proclama es en contra del genocidio que el poder económico israelita ejerce contra un pueblo al que sólo le queda el fundamentalismo y la solidaridad internacional como salida, pues los políticos, los de allí y los de aquí - esa clase de seres que algún día pasarán por el patíbulo de la historia - que debían haber comandado una salida pacífica, se corrompieron en manos de los más listos y, sobre todo, los más ricos.

Me resulta curioso puesto que, en estos días, rara es la cena, almuerzo o tanda de copas en la que no aparece el tema del conflicto palestino-israelí. En esas congregaciones progres en las que se lee El País, se habla de política de “izquierdas” y de lo mal que va el mundo y lo bien que iría si dicha “izquierda” gobernara de verdad. Todo ello, claro está, se condimenta con alcohol del más caro, mezclado con refresco emblema del capitalismo más feroz y con alguna sustancia asimilable vía nasal que llena de euforias efímeras nuestras cabezas a menor velocidad que el monedero los suministradores de dicha sustancia y los entes “bienpensantes” que los respaldan.

Por supuesto no tengo nada en contra de la gente de izquierdas ni de las políticas de izquierdas, más bien al contrario, lo mismo que tampoco lo tengo nada en contra de ciertas formas de diversión o de trasgresión química. Me gusta divertirme tanto como pensar que soy de izquierdas. Pero pienso que el peor enemigo de la izquierda es la propia izquierda. Una forma de pensar y, sobre todo de actuar, tan anacrónica como justificada. El futuro, si lo hay, está y estará siempre en manos de ese grupo de seres humanos de talla corta e imaginación infinita al que desde que nace se intenta amaestrar y enfocar en nuestros sueños no cumplidos y en nuestras indumentarias envidiadas.

El futuro está en la educación, que no en el adoctrinamiento, de los niños. En una educación que los deje pensar y opinar libremente, que no les imponga nada, ni siquiera que les sugiera. Una educación que les explique que tienen derecho y, a veces, obligación al pataleo y a revindicar lo que consideran justo y a protestar por lo injusto y, por supuesto, a pelear, aunque sólo sea – que no es poco – manifestándose en una plaza de Córdoba por algo que consideramos, si lugar a dudas, como inmoral.

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